Qué triste y reconfortante es caminar sobre el hielo. Ese hielo ardiente que resquebraja nuestro pecho como si se introdujeran mil chuchillos en él. La consternación que produce el blanco inmaculado como telón de fondo de nuestro escenario helado nos hace detenernos. El espacio minimalista se torna en escabroso cuando nuestro equilibrio es seriamente perjudicado por el terreno y nos enseña que siempre debemos andar bien. A ser conscientes de que cuando un pie se hunde debemos levantar el culo. El vaho puro que se desprende empaña nuestros sentidos para poder parpadear y hacernos avanzar hacia los claros de sol y continuar por el sendero.
No hay comentarios:
Publicar un comentario