Cualquier conglomerado de datos nos muestra lo que de forma farragosa hemos de asimilar, pero hay más. No hablo de datos estadísticos, es más, no son ni datos históricos. Me refiero a los datos gestuales. Esos que vacilan en los actos más recónditos de nuestro ser. Me circunscribo a la filosofía barata que esputamos con cierto maquiavelismo. El razonamiento más discursivo conduce a recoger esos datos y estereotipar nuestra impresión personal más general. Pero después la práctica de esa filosofía es lo que determinará lo que realmente somos. Nuestros actos nos encadenan al mundo y nuestras palabras nos libran de él. Una libertad inconclusa. Para ser libre debemos concordar la fuerza centrifuga de la palabra en nuestros actos. Algo difícil de hacer y de buscar, casi tanto como buscar un niño con mocos.
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