El ocaso de los atardeceres me infunde expectación. Por lo sutil del canto que produce los objetos cuando se mueven al son del viento. Por lo magnífico cuando algo iluminado poco a poco va introduciéndose en las tinieblas de la sombra. Por lo raro que es cuando a un metro de ti todo está pausado, mientras el mundo continúa en movimiento. Por lo sublime que es la conducta de troquelado de las bandadas de pájaros que recorren el firmamento. Pero lo que llamo mi atención fue un gorrión. Ese que solitario vuela libre más allá de donde su imaginación cabalga.
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