Siempre he tenido una especial curiosidad por ver y tener en mi poder la que iba a ser mi última cámara. Tenía dudas sobre cómo se iba a ver el mundo a través de ella, como sería la luz que producirá su flash y como el objetivo de la cámara podría parecerse a mi objetivo en la vida. Es una labor que me ha costado más de diez años para obtenerla en su totalidad. Es la mejor cámara que me podía proporcionar, al fin y al cabo es la que con mis rudimentarias manos y mi cincel de cobre he creado. También es cierto que ha sido un trabajo constante, similar al de las olas que rompen constantemente contra la costa. He aprovechado la entrada para que durante el amanecer la luz irrumpa donde yacerá mi cuerpo. Proporcionándome una recarga que me permita caminar por el mundo de los vivos sin alertar a nadie. Lo único negativo es que mi cámara funeraria no tiene carrete. Lo que me produce una náusea unida a una desidia total, el no poder revelarlo.
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