Llevo tres días intentado caminar y cada vez me resulta más fácil. Quiero que sea un aprendizaje significativo, de esos que marcan para siempre. Siempre he querido comenzar a andar pero hasta hace poco, todo ha sido caída tras caída, golpe tras golpe. Lo que hacía que me cabreara con más facilidad. Ese cabreo me condujo a la cabezonería y a la confianza propia para poder solventar el problema. Es cierto eso que para caminar erguido primero debes gatear, pero quiero andar para hacer libres a mis manos que me permitan manipular cosas y desplazarme de aquí para allá sin depender de nadie. Considero que ya llevo tiempo más que suficiente arrastrándome, mirando el mundo desde un prisma demasiado bajo. Por fin hoy saldré a la calle yo solo. Es el gran día. Caminaba a marchas formadas, memorizando puntos de referencia para el retorno a mi Ítaca, mi hogar. La gente me contemplaba raro pero como no los conocía poco me importaba su impresión, yo continué a lo mío. Llegué a un parque que parecía lluvioso, pues las hojas de los castaños caían sin cesar repoblando el suelo de hojas muertas. Comenzó a oscurecer y el cielo azul se fue tornando cada vez más oscuro hasta quedarse negro. Nunca he tenido nictofobia ni reticencia a lo nuevo. Justo lo contrario, era el escenario idóneo del mundo por el que nunca he vagado solo. De pronto escuche las palabras de un viejo árbol y quedé atolondrado. Así que me senté sobre sus raíces y contemple la savia que circula por su interior.
No hay comentarios:
Publicar un comentario