Todo parece estar preparado para el camino que tenemos antes de llegar. Mochila, comida, lápiz y papel. El pesado viaje en coche propicia que otras posibilidades se abran. Siempre es bueno conducir sintiendo el aire, notando las notas de la música y teniendo escalofríos con los rayos del sol. Siempre se puede ver a través del cristal algún magnifico momento. Un sol escondiéndose en una montaña, unas nubes que trenzan el cielo, un árbol solitario en medio de un valle o incluso hasta si te fijas en las pegatinas de los coches que tienes delante. Tras casi treinta canciones ya está todo colgado y coche cerrado. Empieza el verdadero camino. El que se anda paso a paso. Los primeros cien pasos forman parte del proceso de aclimatación. Los cien siguientes los que te dicen que aún estas a tiempo de dar la vuelta y donde justo el siguiente es el que te dice que ya todo marcha bien. Que disfrutarás en el proceso de llegar hasta el final. Porque aunque sea un camino largo será irrepetible. Puedes retroceder, pararte, sentarte, tumbarte panza arriba, gritar, silbar y escuchar tu eco. Tras cuatro horas de viaje y con la intención de aprovechar el último tiempo de sol para montar la tienda, la marcha se detiene. El diminuto fuego hace hervir la sopa lentamente, tanto como insufla aire el pulmón portátil que da vida al colchón. La oscuridad natural enhebra de manera fácil con el sonido de los animales que saben que hay algo raro en su hábitat. Se disfruta de eso mientras se olisquea la sopa y hace que se empapen los sentidos. Ya con el cuerpo caliente toca descansar, mañana será otro día, es decir, otra lucha. Habrá que seguir tomando la vida como camino y la felicidad como atajo.
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