Andaba descalzo y no prestaba atención al suelo, aunque ahora sé que es porque no podía. Alzaba la cabeza y dirigía el oído izquierdo hacia delante. Pues es el primer estimulo que puede recibir. El segundo era toparse con lo que tenía delante. Algunas veces con entes vivos que le ayudan, le apartan o le cogen del brazo y le sueltan en la indicación correcta. Aunque también le pasa con el mobiliario urbano o natural invisible para él y en muchos casos es fatal. A base de golpes ha convertido esas experiencias en movimientos más sigilosos, cautos, pausados y seguros. El mundo que no puede ver es un símil al caparazón de una tortuga. Del mismo modo que su marcha lenta, constante, sufrida y pesada. Siempre llega tarde pero nunca deja de no llegar. Siempre aparece. Incluso cuentan que una tortuga ganó a una liebre. No en velocidad, pero sí con perseverancia y confianza una carrera. Las limitaciones que se le han presentado han sido oportunidades para poder crecer. La acción-reacción que nutre sus instintos le hace luchar y aprender a luchar de un modo más guerrero. Ha sido un guerrero ciego que en una batalla ha dado sus primeros tiros al agua y donde los demás, ha sabido dirigirlos al objetivo.
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