Mis recuerdos dilucidaban con mi alma en cada adosada imagen grabadas a hierro a mis sentidos. A realemente escasos centímetros de mi cuerpo su infinita piel realzaba y erizaba mis sentidos. Las tristes gotas de la imantada ventana empañada y húmeda empezaban a correr vertiginosamente hacia el quebrado alfeizar de la tibia ventana. Ese empañamiento cálido y eminente, unido con el fruto del calor eterno e intenso que emanaban de las quietas sabanas y de la habitación movida. Quedan grabados los estimulantes suspiros en mi delicado oído que unían nuestras cabezas y hacía realmente que se unieran mis ojos y abriese mi mente para un viaje por una ondulada e increíble espiral sin retorno que me alejaba indudablemente de la vida. En la fricción de los cuerpos se iniciaba y engendraba un sudor compartido que se entremezclaba en todos los recovecos de nuestro cuerpo reflejado en cada instante y cada acción. El edredón raramente descolocado sugería que las piernas obstruidas habían establecido un tirabuzón y se habían enlazado ominosamente. Donde la simbiosis o fusión del tu y el yo carecía de importancia al mostrar la naturaleza más salvaje de ese dos en uno solo. Los suspiros se aceleraban al mismo ritmo que lo hacían las palpitaciones del corazón guiados por una pasión tan íntima y exquisita que parecía irreal. Relajado y recuperando el aliento te incorporas panza arriba al tiempo que tu mano busca su contacto. Combates contra el frio de su cuerpo arropando su delicado cuerpo en un abrazo interminable. Así relajado, duermes. El cálido sol que entra por la ventana incomoda tu descanso y te hace abrir los ojos, lo que permite que contemples la realidad. Todo está vacío y un crujido resquebraja tu matutina alegría, ha sido un sueño, uno del que de saberlo no te hubiese gustado despertarte jamás….
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