Había llegado la hora. Las calles se iluminaban de contenedores, coches y banderas ardiendo. La resistencia estaba cansada de aguantar las humillaciones y decisiones de todos los altos mandos de la sociedad. Todo estaba organizado y salíamos armados en busca de venganza. Habíamos quedado en una plaza un tanto alejada de la crispada situación. Pues debíamos definir nuestro modus operandi de actuación. Tras el bombardeo de ideas decidimos ir al ayuntamiento para abrigarlo en devastadoras llamas. Las ventanas de las casas empezaban a ser apuntaladas con maderas y la gente que no quería luchar se atrincheraba en ellas. Pero nosotros nos abríamos paso entre todas las patrullas y todos los enemigos que caían al suelo para ser rematados. Si ahora nos faltaba algo era compasión y justicia, mientras que si algo sobraba era odio y destrucción. Nuestro paso entre los silbidos de las balas no amedrentaron un segundo nuestro valor. Veíamos a compañeros que caían muertos, pero ya habíamos visto ocurrir algo perecido por el sistema. Así que continuábamos luchando y sus muertes nos infundían más valor. Ya en el consistorio establecimos nuestra base antes de meterle fuego. Al poco nos informan que el enemigo ha movilizado sus tropas. Pero también se nos informa que cerca de un millar de compañeros han salido de sus casas con el propósito de reducirlo todo a cenizas y volver a empezar otra vez. Si antes la justicia era nula, ahora es la que recargo en mi fusil la que la imparte. Siendo mi vista y me dedo la que dicta sentencia. Las voluptuosas llamas del ayuntamiento hacían que nuestros ojos se invadieran de alegría, pero debíamos hacer trincheras. Dominar la situación. Pues la lucha continuará…
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