Todo acaba del mismo modo que todo empieza. Y siempre
termina con un fin bastante doloroso. Doloroso porque sólo se piensa en el fin
y no en el nuevo comienzo. Un comienzo en el que aderezar tu rumbo, levantar
anclas y continuar surcando los mares de este mundo. El ancla está llena de crustáceos,
seguramente por haberse estado tanto tiempo sumergido, sin rumbo. Ahora las
nuevas coordenadas son fruto del instinto, ese que no te falla. Aún quedan
millones de islas que explorar, millones de lugares remotos dispuestos a ser
descubiertos y nutridos con las más extravagantes experiencias. Conduces solo
el timón puesto que la tripulación ha sido lanzada a los tiburones. No eran
dignos de ese barco, no eran dignos de tu destino y no eran dignos de una compañía
tan bruta. La próxima vez que alguien comparta viaje será para ser viajeros no
simples tripulantes….
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